Eritis sicut dii, le dice la Serpiente a Eva invitándole a probar el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal: seréis como Dioses. Y como Dioses creamos mundos ex nihilo. De mundos creados de la nada va este blog, de mundos literarios. Aquellos que Pablo Solares Villar -el autor de esta bitácora- ha ido pergeñando a lo largo de los años. Mundos que no se resignan a ser olvidados en un cajón o en un rincón del disco duro, que desean ver la luz. ¡Bienvenid@! Espero que te encuentres a gusto aquí, y que te animes a dejar algún comentario. ¡Estás en tu casa!

'Onírica robótica' (relato corto)

[Este relato fue publicado en la antología del III Premio Ovelles Elèctriques].


   A cuenta de la larga carrera y de los graves fallos en su sistema de refrigeración, sus circuitos comenzaban a sobrecalentarse de un modo preocupante. Esta información la percibía más de un forma interna, como una inquietante sensación de pequeño fallo sistémico, que por la propia actividad de sus sensores, suspendidos en su mayor parte debido al ahorro de energía que había tenido que aplicar drásticamente sobre su alimentación interna. De hecho, tal era el grado de suspensión de funciones, que el robot no recordaba a ciencia cierta de quién o qué huía de aquella aterrorizada manera, pese a lo cual no detenía su carrera mi aminoraba su velocidad.
   Era de noche cerrada y compensaba su déficit de visión con la activación de su percepción a través del sensor de ecolocalización, aunque era consciente de que el uso de este sentido añadido implicaba un mayor consumo de batería. Debía encontrar cuanto antes una fuente de alimentación para recargarse, si no en menos de cuatro horas la caída de amperaje sería tal que le dejaría fuera de juego; no podría seguir mucho más a ese ritmo.
   Así pues, y aun a pesar de la apremiante necesidad de huir, el instinto de supervivencia le hizo detenerse. Debía tratar de refrigerarse y acto seguido activar todas sus funciones cognitivas para poder pensar con claridad y tomar la decisión adecuada, de lo contrario estaba perdido. Se escondió agachado entre unas densas matas de brezal y aguardó bajo la lluvia, en medio de aquel tupido y desconocido bosque, a que aquella sensación vaga pero persistente de fallo sistémico desapareciese.
   La noche era fría y los circuitos se refrigeraban con celeridad, así que el robot no tardó mucho tiempo en activar todas sus funciones cognitivas a plena potencia. Lo primero que comprendió es que había sido optimista con la estimación de reservas de energía, la realidad era más dura ahora que la veía con total consciencia. Las reservas no durarían mucho más de dos horas, por lo que tomó la drástica decisión de continuar sin la ayuda de la ecolocalización, siendo plenamente consciente de que aun así no era mucha la autonomía que ganaba, media hora más a lo sumo.
   Y de pronto, como una bofetada inesperada, le llegó el recuerdo de qué era aquello que le impelía a huir. La inaudita imagen acudió a su procesador central con terrorífica nitidez, perfectamente archivada en su memoria. Al principio dudo de sí, creyó que quizá se había vuelto loco, pero el archivo de memoria resistió una y otra vez la validación de contraste externo. No le quedaba más que admitir que era cierto, que de una forma inexplicable y abominable más allá de la locura, un grupo de seres humanos habían regresado de los confines de la historia a lomos de sus animales de guerra, armados y hostiles, supervivientes de otras eras geológicas escondidos en quién sabe qué oscuros abismos y qué recónditas cavernas. Recordó con claridad los pequeños castilletes en aquellos enormes animales que los libros de historia denominan elefantes, las pantallas-cañón de concentración de microondas instaladas en ellos, y los dolorosos daños que habían provocado en su circuito de refrigeración fundiendo el serpentín. Recordó los gritos salvajes y el bramido de los monstruos, y el inicio de su carrera suicida en pos de una salvación improbable.
   No se dejó llevar por el pánico no obstante, el procesador central aún funcionaba perfectamente. Trató de posicionarse mediante la red de satélites georreferenciales pero no fue posible, supuso que debido al denso follaje del bosque y a la lluvia pertinaz, aunque aun así resultaba extraño no recibir la más mínima señal satelital. Era forzoso admitirlo: ¡estaba perdido en medio del bosque! Debido a que había corrido con parte de sus funciones cognitivas en suspensión ni siquiera estaba seguro de qué rumbo había seguido hasta llegar a aquel punto indeterminado en que se encontraba.
   Intentó recapitular: le quedaba energía para dos horas antes de entrar en suspensión total o de arriesgarse a dañar el procesador central, estaba completamente perdido y a no sabía qué distancia de la fuente de alimentación más próxima, y además era perseguido por unos seres imposibles resurgidos del pasado lejano del planeta que habían tratado de destruirle con un cañón microondas. Por más que lo trataba no era capaz de salir del círculo que formaban estos tres pensamientos ni de hallar un atisbo de solución, por improbable que pareciese, más que entrar en suspensión total y confiar en que alguien en la ciudad le echase en falta y diese la voz de alarma. Sin embargo entrar en suspensión total en medio de un bosque, sin señal satelital de localización, era casi un suicidio. Aún así, para el robot lo más terrorífico no era agotar su batería, sino el recuerdo de los hombres y los elefantes.
   Al final decidió echar a andar en una dirección arbitraria, dado que en principio todas tenían las mismas probabilidades de aproximarlo a una fuente de alimentación externa donde recargarse; sólo desechó aquella por donde creía haber llegado.
   No obstante, pronto comprendió que caminar por el bosque a oscuras, no ya correr, era una labor compleja sin la ayuda de la ecolocalización. Apenas distinguía el tronco de los árboles cuando se hallaba a un metro de ellos, y la irregularidad y pendiente del suelo le hacían pensar, a cada paso que daba, que iba a caerse más pronto que tarde. Sin embargo poco a poco iba avanzando, y al cabo de un trecho le pareció percibir una luz lejana y desvaída, que semejaba parpadear cuando los troncos de los árboles se cruzaban en su trayectoria. Parecía verla un instante y después desaparecía por un trecho en la desapacible noche invernal, apareciendo casi imperceptible al cabo. Un atisbo de esperanza animó al robot, que al menos ahora tenía una dirección en la que encaminarse con perspectivas de lograr una fuente de alimentación. No fue capaz, sin embargo, de estimar la distancia que le separaba de la luz vacilante.
   Empezaba tan sólo a consolidarse su mínima esperanza de alcanzar aquella luz, cuando oyó pasos y el agitarse de la maleza tras de sí, y lo inaudito, lo asombroso, lo que nunca hubiera podido explicar: oyó voces y palabras pronunciadas en una lengua articulada pero irreconocible, primitiva y animal, e impropia de un robot. Sin verlos supo que eran los hombres, que proseguían en su persecución tras abandonar sus elefantes en la linde del bosque. No tuvo dudas, tenía que huir de nuevo o sería destruido. Tenía que avisar a alguien de que los humanos habían regresado de su legendario lugar en los albores de la historia y de que caminaban de nuevo por la faz de la tierra en busca de una abominable, imparable y cruel venganza.
   Sin pensárselo dos veces echó a correr, y de inmediato oyó las voces de sus perseguidores, alertados por el ruido; se inició de nuevo la persecución. El robot sentía continuamente en su carrera el choque de las ramas y la maleza, que le desestabilizaban produciéndole más de un traspiés que amenazaba con arrojarle al suelo. Oía a los hombres cada vez más cerca, y en el sonido gutural que producían aquellos primitivos cuerpos celulares creía percibir un eco de alegría y de presentida victoria, como si aquellos salvajes diesen por ganada ya la partida.
   En cualquier caso el robot no iba a darse por vencido tan pronto, no iba a rendirse sin agotar sus recursos. La luz no parecía más próxima ni más cercana, pero hacia ella corría el robot desesperadamente con los bestiales animales humanos a la zaga cada vez más próximos. Decidió que debía activar la ecolocalización si quería mantener alguna posibilidad de huir, aun a pesar del menor tiempo de autonomía que ello comportaba.
   Y justo en ese momento, a punto de activar el sistema eco, perdió pie y cayó de cuerpo entero a lo que en un primer y fugaz instante pensó que era una zanja. Pero no hubo golpe contra el suelo, sino que siguió cayendo. Cayendo y cayendo. Y mientras sentía la aceleración vertiginosa que sufría su metálico cuerpo en aquella inconcebible caída libre, una sensación inenarrable de pavor le asaltó al comprender la magnitud del abismo abominable en el que se sumía. El pánico se apoderó de él y todo fue oscuridad mientras caía y caía por una eternidad.

   Cuando el robot hubo concluido la narración de aquella pesadilla recurrente que le asaltaba de un tiempo a esta parte, el sicólogo le miró por largo tiempo sin decir nada, como si anduviera repasando discos internos de información técnica de contraste. Después de un par de minutos preguntó:
   —¿Y sólo sufre estas pesadillas durante la recarga nocturna, o también sueña si realiza recargas parciales a lo largo del día?
   —Sólo durante la recarga nocturna —contestó escuetamente el robot.
   Siempre que iba al sicólogo salía de allí con la sensación de que le habían estado enredando los cables, aun en el caso de máquinas reputadas y prestigiosas en su campo, como era el caso. La mundana reflexión del robot fue interrumpida por los relojes internos, que les anunciaban que se había completado el tiempo de la sesión.
   —Procure enchufarse menos horas durante la noche —le aconsejó el sicólogo—, aunque tenga usted luego que hacer alguna recarga parcial durante el día; y si le es posible vaya reduciendo paulatinamente la tensión de entrada de la corriente. Le vendrá bien.
   —Ya le diré —replicó el robot antes de despedirse.
   Una vez solo en el taller-consulta, el sicólogo estuvo meditando largo tiempo sobre la naturaleza de aquella pesadilla que desde hacía semanas aterrorizaba de forma recurrente a cientos y cientos de robots. Para él era patente que aquello no tardaría en ser algo que traspasara las consultas y gabinetes sicológicos, pues aquellos sueños angustiosos y reiterativos afectaban a gran parte de los androides de la ciudad y era lógico que acabara siendo una cuestión de dominio público. Como máquina científica de alto rango que era, sabía que aquello no tenía una explicación lógica. Si soñar con árboles y bosques podía llegar a ser algo anecdótico pero razonable, dado que su extinción no era tan lejana en el tiempo y que existía en el imaginario colectivo el concepto de bosque como lugar salvaje y peligroso, vedado para los robots, soñar con humanos y animales era sin embargo algo completamente inaudito e inconcebible, cuanto más tratándose de humanos en rebeldía contra las máquinas y dotados de armas poderosas y letales, una posibilidad de pesadilla robótica que tan siquiera había sido considerada durante el diseño y programación de los sicólogos actuales.
   Pero cuando día tras día el profesional oía la misma pesadilla narrada con los mismos detalles por robots de todo tipo de diseño y de todo tipo de evolución tecnológica, pasaba de ser algo inaudito y asombroso a ser sencillamente terrorífico, presagio sin duda de alguna calamidad abominable. No había ninguna explicación científica para estos hechos, y las que de otra índole que se le ocurrían eran simplemente pavorosas y apocalípticas.

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