Eritis sicut dii, le dice la Serpiente a Eva invitándole a probar el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal: seréis como Dioses. Y como Dioses creamos mundos ex nihilo. De mundos creados de la nada va este blog, de mundos literarios. Aquellos que Pablo Solares Villar -el autor de esta bitácora- ha ido pergeñando a lo largo de los años. Mundos que no se resignan a ser olvidados en un cajón o en un rincón del disco duro, que desean ver la luz. ¡Bienvenid@! Espero que te encuentres a gusto aquí, y que te animes a dejar algún comentario. ¡Estás en tu casa!

'La rompiente de la playa' (microrrelato)

[Este relato mereció una Mención Especial del Jurado en el I Certamen Internacional de Microrrelatos "Los Alephs"]


El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español, y sin embargo, la muchacha que lo acompañaba —que a juzgar por la edad y la semejanza en los rasgos debía ser su hija— se desenvolvía con fluidez en nuestra lengua, con un acento que se me antojó venezolano y no nórdico. Acudieron a la fonda con sus ropas chorreando agua salada, pálidos los rostros y con labios amoratados, medio muertos de frío. Los escasos parroquianos que se sentaban en el local, mudos ante un vaso de vino, barruntaron de inmediato la desgracia, que la chica extranjera no tardó en confirmar con palabras precisas: la goleta en que navegaban había encallado en la rompiente frente a la playa, y acometida y embestida por las olas furiosas había terminado por irse a pique. Encarecidamente y con voz trémula, nos rogó que acudiésemos a la playa a proveer de socorro a sus compañeros de travesía, y con especial procuro a su hermano menor, que habían buscado infructuosamente. Los dejamos en la fonda, arrebujados frente a la chimenea, y todos los vecinos, provistos de mantas y candiles de carburo, nos dirigimos con premura a la cercana playa sobre la que se abatía, con ráfagas silbantes que flagelaban con látigo de arena, la tempestad. La escasa y ominosa luz del anochecer nos permitió distinguir tres cuerpos tendidos sobre la arena, inmóviles. La espuma marina lamía los pies del primero de ellos, un muchacho, apenas un niño, de rubios y lacios cabellos. Su corazón latía, y respiraba aún, unido a la vida por un débil hálito. Sin embargo nada pudimos hacer por salvar a los otros dos, para quienes llegamos demasiado tarde: el hombre, sueco o finlandés, que no hablaba español, y su joven hija.


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