Eritis sicut dii, le dice la Serpiente a Eva invitándole a probar el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal: seréis como Dioses. Y como Dioses creamos mundos ex nihilo. De mundos creados de la nada va este blog, de mundos literarios. Aquellos que Pablo Solares Villar -el autor de esta bitácora- ha ido pergeñando a lo largo de los años. Mundos que no se resignan a ser olvidados en un cajón o en un rincón del disco duro, que desean ver la luz. ¡Bienvenid@! Espero que te encuentres a gusto aquí, y que te animes a dejar algún comentario. ¡Estás en tu casa!

'A propósito de la eternidad y el Tractatus'

[Escribí hace años este texto -que ahora y aquí recupero- para un proyecto que finalmente no vio la luz. No sabría calificarlo, así que no lo hago...].




Si por eternidad se entiende, no una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente, tal dice la proposición 6.4311 del Tractatus de Wittgestein. Un pensamiento ciertamente hermoso y ciertamente cierto, permítaseme la rebuznancia. Tenía buenos pensamientos el gran Ludwig. No el gran Ludwig van, queridos drugos; no hablo de ése. Otro Ludwig de su misma patria (o mejor “matria”; Unamuno dixit), pero de un poco más acá en el tiempo, de la época en que los hombres de su edad morían en Verdún o en alguna batalla ignota y estúpida de aquella estúpida guerra. Qué hermoso ese pensamiento y qué putada vivir la eternidad en el presente de la trinchera fangosa, con la muerte aguardando junto a la alambrada, y un preciado manuscrito (¡un Tractatus Logico-philosophicus!) en la mochila bajo el capote. Vive eternamente quien vive en el momento presente. Creo que es cierto. Sea lo que sea lo que hay en este espacio invisible tras los ojos, y aun comprendiendo que vagaremos como polvo entre las estrellas por una temporalidad infinita, aun así, sé con certeza que eternamente te amo de este modo inesperado y delicioso, eternamente nosotros, carne con carne, sudor con sudor; sé con certeza que eternamente el agua en mi rostro, el abismo, la caverna, el esfuerzo, el asombro, la eterna y ciega confianza que deposito en ti, hermana cuerda. Eternamente tu rostro desconocido, a medio paso de entrar en la sombra, en el umbral, bella orquídea, vuelco del corazón. Eternamente la roca, el agua, la oscuridad. No cómo sea el mundo es lo místico, sino que sea. Otro pensamiento que el gran Ludwig anduvo paseando por el frente de la Gran Guerra. Pensamientos ciertamente hermosos, a pesar de lo de la trinchera. Si no prestas atención te atrapan. Te mecen como las olas del mar y te llevan a las corrientes profundas. Aunque a decir verdad yo no entendí el Tractatus. Tan sólo el último capítulo, y eso tras varios asaltos. He de confesar que medio de ácido y de centras; y he de confesar que tras un largo martes de campo y con un examen al día siguiente. Saqué buena nota, lo confieso: la pregunta a desarrollar era “Ética y estética en el Tractatus de Wittgenstein” o algo parecido, tema del que parece ser había alcanzado la comprensión. Bienaventurado San Albert Hofmann, ¡cuánto hace que abandoné tu senda! Proposición 6.4: Todas las proposiciones valen lo mismo, y proposición 6.421: Ética y estética son una y la misma cosa. Por ahí comenzaba la respuesta. Otro pensamiento del gran Ludwig. Después del examen debí dormir quince horas. Pero seamos sinceros. En los cinco primeros capítulos del Tractatus hay demasiada lógica para mi gusto, y supongo que para el del común de los mortales; lógica p’arrejastiar, mio jiya. Pero, ¡ay, queridos drugos! el sexto capítulo es otro cantar. Buenos pensamientos. Sí, buena onda, pensamientos que te adormecen, que te arrastran, que te conducen al misterio y a su desvelamiento (o no): Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico (proposición 6.522). Tiene un final cojonudo, cojonudo de verdad, la puntilla a largos siglos de metafísica y chorradas aledañas. Sí, el gran Ludwig le dio la puntilla al toro. Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas —sobre ellas— ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella), dice la proposición 6.54 para finalizar, categórico, De lo que no se puede hablar hay que callar (proposición 7, la última). ¿Qué es la eternidad? Callemos como nos aconseja el amigo Ludwig, queridos drugos. Pero este pensamiento me ha atrapado. Mi aliento eternamente tu aliento. Eternamente roca y agua. Eternamente polvo entre las estrellas y un punto y final.


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