[Este microrrelato fue publicado en el primer número de la Revista Cultural "Felechos y Cotolles" (Gijón, 2006)].
Partí
de Salónica con mi cayado, hacia las montañas nevadas. Partí de Salónica
cruzando aldeas y espantando rebaños, oyendo las águilas sobre mi cabeza. Hollando
siempre la enlosada cinta del sendero ascendente. Atrás quedaron las encinas,
ya sólo roca. Llegué así a la montaña, junto al abismo de la Provatina ; los pueblos
del mundo todos a mis pies. Allí llegué y allí me senté, en un bloque pétreo,
mirando al abismo. Y de los cielos descendió un ángel y me tocó el hombro. Me
volví y le vi; era un ángel, no me pidáis que describa lo inefable. Apareció el
ángel, me tocó y dijo: Muéstrame tus
dineros, dijo. Vacié mis
bolsillos y, juntando en un cuenco mis manos, le mostré al ángel las monedas y
los billetes. Tocó mi hombro nuevamente, y dijo: Mira tu dinero, dijo; y obedecí, y miré. Ya no vi dinero: vi sangre,
vi sudor, vi lágrimas, vi crimen, vi violación, vi miseria, vi hambre, vi guerra,
vi injusticia, vi maldad, vi dolor y sufrimiento. Y cuando hube visto todo
aquello lancé con repulsión mi dinero a la sima. Alcé la mirada, pero el ángel
ya no estaba allí. Escuché atento, pero ningún sonido procedente del insondable
abismo de la Provatina.
Absoluto
silencio. Cayó el telón estrellado de la noche, los pueblos todos de la tierra
a mis pies. Se elevó la luna, y en su cenit surgieron del pozo abismal cuatro
demonios. Portaban lujo los demonios, portaban poder, portaban hartura,
portaban palacios, portaban impunidad, portaban esclavos. Acercáronse a mí los
cuatro demonios y me dijeron: Toma tu
dinero, me dijeron, acercando a mi vista aquello que consigo traían. Les
miré y dije: ¡Marchaos! Les dije yo. Y los demonios volvieron
al abismo, veloces.
Miré a
los pueblos y gentes todas de la tierra. Y vi sus luchas y afanes, vi su sangre
derramada, su infinito sufrimiento. Les grité, pero no me escucharon; escribí,
pero no leyeron mis palabras; agité mis brazos, pero miraron hacia otro lado. El
nocturno espejo de la luna llegó a su ocaso. Amaneció. Y yo volví a la ciudad
de Salónica, ya sin dinero.
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